Una auténtica lucha por el re-conocimiento


No son pocos los medios de comunicación que en estos días hablan hasta por los codos de la problemática mapuche. Para mal nuestro –y para el mundo de las ideas- es el oficialismo el encargado de suministrar la cuota de desinformación en la materia, de ahí que a menudo el grueso de la audiencia se vea condenado a navegar por el océano de la incomprensibilidad y la ignorancia...


Por Anibal Venegas


¿Qué significa Mapuche para el sujeto promedio? Idiotez?, mediocridad?, bajeza del alma?. Adjetivos que sin duda se vuelven sobre nosotros mismos…


No he logrado identificar en los noticieros centrales de las grandes casas televisivas ni menos en la prensa escrita propiedad de los monopolios derechistas locales, la voluntad de aclarar o desvelar el motivo por el cual el pueblo mapuche se ve envuelto en una auténtica lucha por el reconocimiento. Por el contrario, quienes hoy en día pelean por recuperar la más legítima veracidad en tanto pueblo con pasado, presente y futuro, son ninguneados y maldecidos con todos los improperios gestados en el seno del sistema establecido, sistema que anhela mantener aislada de la agenda pública la filosofía, la religiosidad y la belleza de este pueblo.


El sistema considera que reclamar tierras obedece al mero capricho, al azar, a la alineación de los astros, al egoísmo de seres mitológicos. En cambio, nosotros entendemos que esta lucha tiene alcances superiores y que tras la capa de supuesta violencia en la que se refugian los “terroristas” como son llamados por los medios y que para nosotros pelean con coraje y pasión, se oculta una realidad mucho más profunda, con una raíz que toca las bases del conocimiento.


Porque la voluntad de quienes hoy anhelan recuperar tierras tiene que ver ante todo con conceptos tales como esencia, espíritu, axiología y razón. Nadie parece comprender las implicaciones filosóficas que existen entre el sujeto y la tierra, dualidad cardinal en la metafísica mapuche: esto sería demasiado irracional. En cambio se nos adoctrina en la imaginería cristiana, única y espléndida, provista de figurillas de mármol y yeso amontonadas en las gigantescas fortalezas católicas, en cuyas gélidas baldosas yacen los arrepentidos ansiosos de limpiar el espíritu de tanta impureza y pecado concebido. Ecce Hommo Chilensis.


Lo peor es que todos se han puesto de acuerdo para maldecir esta lucha: eso explica la total pleitesía que se rinde a las huestes gubernamentales, que prácticamente tienen sitiada a la Región de La Araucanía. En Chile nadie aborrece la violencia en sí misma, sino la que el sistema desprecia y que quiere ante todo que nosotros también despreciemos. No importa que un carabinero asesine de forma cobarde a un joven activista o que los niños mapuche vean en peligro su integridad física y espiritual en cada uno de los allanamientos por parte de las fuerzas especiales, porque tal violencia se sabe perdonada de antemano por la ciudadanía, por aquella que vive en los arrabales, sumergida hasta las narices por la pobreza y la soledad y que sin embargo se entristece y da berrinches cuando las forestales y latifundistas ven amenazadas sus riquezas.


Ocurre que en Chile a nadie le gusta admitir que tiene origen indiano; y es que para el vulgo resulta inconcebible encontrar belleza, la más pura y auténtica, en los pueblos originarios de este larguirucho territorio. El sujeto corriente atormentado por el discurso oficialista de la prensa local considera al mapuche como un ser en evolución, un mero “todavía”; de ahí que para el imaginario social chileno el mapuche sea inexorablemente horrible. He escuchado a señores (y a señoras) de marcados rasgos indígenas, vomitar un odio inconcebible contra el pueblo mapuche: “indios flojos” o “indios de revoltosos” es la divisa.


Ellos, el grueso de la población, gestado absolutamente a partir del mestizaje, se consideran libres de cualquier vínculo existente con los pueblos originarios, haciendo alarde toda vez que un Müller o un Schmidt aparece de improviso en sus pasados, engalanando todo un árbol genealógico (aunque bien corriente era la tendencia de esos patrones de fundo alemancitos, de seducir por la fuerza a la auténtica madre de Chile, la mujer indígena).


Todo este odio anti natura podría disminuir si los Medios de Comunicación chilenos no se empecinaran en revelar una y otra vez el desprecio hacia los pueblos originarios, lo que también constituye sin lugar a dudas desprecio hacia nosotros mismos. En este sentido Canal 13, la estación de la iglesia católica, el medio de los mandamientos, del séptimo sello y de los ángeles con sus trompetas, ha patentado una muy reciente estupidez en la materia. Nadie que haya visto el noticiario de media noche del día martes pudo haberse mantenido impávido frente a tamaña peculiaridad: un dúo de periodistas teorizando sobre la problemática mapuche. Con la mayor tupé del mundo se referían a los hechos de “violencia” provocados por no más de cuatro comunidades mapuche en la Araucanía, y que según ellos, en nada favorece a la situación de pobreza y exclusión en la que vive todo un pueblo. Para entrar en la “onda” circense que es característica de canal 13, estos señoritos comenzaron a gestar un lindo juego de trivia, espetando cada uno los enormes aportes que según ellos, el pueblo mapuche ha hecho a la cultura Chilensis y que para este medio de comunicación se traduce en nada menos que “Merquén”, “Pichintún” o “me duele la guata” ¡Por favor!


Lo peor es que concluyeron que el ecoturismo, a modo de ejemplo, es una muestra de lo que con “inteligencia” y “ganas” se puede hacer si el fin último es salir de la miseria (tal es para ellos el fin último de la demanda ciudadana por recuperación de tierras ancestrales). De ahí que dieron el visto bueno a los indios que exhiben sus plumas y sus danzas a los “turistas locales e internacionales”, que dado el etnocentrismo que les es inmanente, gozan hasta el paroxismo con la prostitución de toda una cultura y que ellos inmortalizan a través de sus cámaras fotográficas ¿Tan insondables son los límites de la falta de respeto?


Nosotros, los que queremos conocer, tendremos que bloquear los sentidos al bullicio estridente provocado por esta realidad que poco a poco se va confundiendo en el contrapunto de fatalidad y tragedia que es tan propio de nuestro tiempo y tal vez así hallaremos la virtud. Un retorno a nuestro fundamento, es decir, la tierra, las hojas marchitas, la vitalidad que se fuga en los líquenes y los claveles de nuestros parajes cuyo futuro es incierto, nos obliga a participar desde la idea en esta lucha por el reconocimiento ¿O es que quienes preferimos el camino más fácil –sin duda-, el de describir el mundo con palabras y fundamentos, también pasaremos a ser resentidos e incivilizados? Si es así, tendré el coraje de mi involución, no me queda alternativa.


FUENTE: OBSC

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