HUELGA MAPUCHE Y LA HISTORIA


De generación en generación se consolidó esta reconstitución a la fuerza de la propiedad en el sur mapuche, donde terceros comenzaron también a hacerse de tierras producto de ventas o simplemente del corrimiento de cercos, que persiste hasta nuestros días.


En el colegio los textos escolares nos enseñan la heroica lucha dada por los mapuche para resistir la invasión española. Sin embargo, poco se nos educa frente a hechos del pasado más reciente y que sin duda nos permiten entender las demandas actuales de este pueblo y de quienes solidarizan –no sin razón- con ellos.


Es el caso de Patricia Troncoso, que ayer depuso una huelga de hambre mantenida por 112 días para visibilizar lo injusto de su condenada bajo la ley antiterrorista y la persecución de la que son objeto las legítimas demandas de tierras de los mapuche.


Los textos omiten referirse, por ejemplo, a que con el advenimiento de la República de Chile se produjo una feroz ocupación militar de sus territorios entre 1867 y 1883, proceso que es conocido, eufemísticamente se debe recalcar, como “Pacificación de la Araucanía”. Las tropas avanzaron hacia Malleco, Traiguén, Cautín, el Alto Bío Bío, y en 1883, cierran este sangriento proceso con la llegada a Villarrica.


Tampoco hacen referencia a los procesos de usurpación del que fueron objeto sus tierras, relegándoles a poco más de un 5% del territorio originalmente concedido por la corona española tras la conquista.


El Estado aseguró esta ocupación militar con una serie de incentivos a colonos europeos para que poblaran los ‘terrenos baldíos’ arrebatados y no reconocidos a los mapuche, mediante hijuelas que alcanzaban 70 cuadras y 30 más por cada hijo varón de más de 10 años.


Pasajes gratuitos desde el puerto de embarque en Europa hasta las tierras que les fueron regaladas, maquinaría, ganado, pensión mensual durante un año y asistencia médica por 2 años, fueron solo algunos de ellos.


De este modo fue como el sur se pobló de apellidos foráneos, que con “gran sacrificio” y partiendo ¿de la nada? ayudaron a consolidar la nueva nación y, de paso, a mantener a raya a los indígenas que el ejército había dejado con vida.


De generación en generación se consolido esta reconstitución a la fuerza de la propiedad en el sur mapuche, donde terceros comenzaron también a hacerse de tierras producto de ventas o simplemente del corrimiento de cercos, que persiste hasta nuestros días.


La reforma agraria impulsada por los gobiernos de Frei Montalba y Salvador Allende restituyó en parte, muy menor, este despojo. Para luego dar paso al proceso de contrareforma durante la dictadura militar de Pinochet que se abrió paso, nuevamente, a fuerza de muerte, persecución y torturas, yendo sus tierras a parar a manos de particulares que usufructuaron primero de las plantaciones sembradas por los mapuche en esos años y de sus animales, para luego vender muchos de ellos estas tierras a la explotación forestal, que comienza a provocar severas sequías en la región. Tanto así, que la Comisión de Aguas que se reunía regularmente en la cuarta región, hoy lo hace en Lumaco.


Aunque no lo cuente la historia a la que la mayoría accedemos, fue así como tierras que legalmente pertenecían a familias y comunidades mapuche llegaron por la fuerza a otras manos, del mismo modo como la dictadura se apropió de bienes y propiedades de partidarios del gobierno de Allende.


La diferencia está en que los usurpados por motivos “políticos” fueron compensados y en algunos casos además restituidos sus bienes, mientras que a los mapuche no se les ha retornado ni un arado, ni una vaca siquiera y las tierras que CONADI les ha devuelto, luego de un proceso establecido por ley y de acreditar su propiedad sobre la misma, están prácticamente inutilizadas y sus ríos secos.


La democracia no trajo por tanto el “nuevo trato” tan anunciado en Nueva Imperial por el entonces candidato Patricio Aylwin. Más aún, la democracia, esta vez del socialista Ricardo Lagos, inició la persecución terrorista de quienes se cansaron de esperar el reconocimiento de sus derechos y se pusieron de pie para exigirlo. Exigencias que incluso fueron alentadas en dictadura por los mismos que hoy las persiguen en democracia, tachándolas de violentistas, bajo la amnesia en la que se nos quiere sumir para abrir las puertas al desarrollo globalizado de una economía que mira al exterior, pero que no se agacha para mirarse el ombligo.


Esta fue la contradicción que vio y vivió Patricia Troncoso. Ese fue el dolor y la impotencia que la llevó a alzar la voz. Tal vez podría haberlo hecho en su ciudad de Chillán contra la dictadura u otro tipo de injusticia, pero la vida quiso que se encontrara con la larga historia de despojos y crímenes que carga nuestro sur.


Por lo mismo son erradas las palabras del Ministro Vidal cuando señala que “el caso de Patricia Troncoso, es un tema cerrado para este gobierno”. Muy por el contrario, y bien debiera saberlo un profesor de historia a quien le resta su tesis para alcanzar un magister en estas materias: la huelga de hambre de Patricia es una invitación a abrir los ojos de todos quienes habitamos lo que hoy se conoce como Chile. Una invitación a saldar una deuda histórica y a replantearnos la relación con nuestros pueblos originarios. A evitar que hoy sean las policías, como lo fue antaño el ejército, el recurso utilizado por el estado para reprimir y así garantizar intereses externos, como son las empresas que destruyen sus territorios. A darnos cuenta que sangre indígena corre por nuestras venas.


Si para eso se debe recurrir a poner en riesgo la propia vida, como lo hizo Patricia, reconozcamos su sacrificio. Sacrificio, que por otra parte, hizo también Gandhi, cuyo aniversario de muerte se conmemoró precisamente ayer cuando Patricia depuso su huelga. Un hombre que será recordado por ser un pacifista y que en vida promovió la insurgencia civil y los ayunos.


Fuente: Por Paulina Acevedo, Radio Universidad de Chile

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